viernes, 10 de agosto de 2007

La huella del tigre.


Hace algún tiempo me contó Perucho Enríquez, un viejo llanero de Tucupido del Llano (Guárico venezolano) que su compadre Pedro Genaro Barrios le pidió que fuera a matar “ese tigre que le tenía azotà las vacas”. Eran los años treinta, tiempo de invierno, cuando Perucho salió a las tierras quebradas de Uveral con el Cano Alvarez a velar el tigre, lo oyeron en la alta madrugada enfrentándose a una vaca parìa y con el ternerito mordido por el pescuezo, brava la vaca madre al ver los hombres se les fue encima, entonces el tigre soltó el becerrito y se perdió en la sabana de Chepedìa al norte de Guárico.
Los cazadores siguieron las huellas del tigre hasta que las perdieron y nunca más volvieron a saber del tigre de Chepedìaz.

Hoy encuentro las huellas del tigre, de otro, de El Tigre de la Nietera, Antonio Castillo, que desde Barinas me envía el disco titulado con ese nombre “Las Huellas del Tigre”, viene acompañado esta creación con el ánimo de amistad que profeso a este hombre humilde, quizás uno de los últimos de una generación que Dios se ha ido llevando poco a poco como para que no le reclamen la ausencia de los cantores cabestreros que en los años,50, 60 y 70 surgieron desde los montes y sabanas del llano venezolano.

Antonio Castillo o El Tigre de la Nietera, bautizado por razón de un corrìo del mismo nombre que el cantor interpretó cuando comenzaba su carrera, haciendo viva la letra de un reconocido tigrero (Germàn Zing), apenas era un muchacho flaco de Cunaviche buscando horizontes de fama que otros habían encontrado en las radios, rockcolas y en los eventos populares donde eran muy queridos.

El sueño de ese muchacho hoy se vuelven a hacer realidad después de más de treinta años cantando por los cuatro puntos de la Gran Colombia, es decir en el llano venezolano y el colombiano, cuando Antonio saca un disco con diez poetas llaneros y con su grito aluvional que le sale de la clavícula y que tiene el espíritu del galope que empuja el viento movido por el cajón del Orinoco cuando vienen llegando las aguas de invierno.

Ese joven venía de las costas de Cunaviche en el Hato San Gregorio allí lo llevó su padre a trabajar desde que era niño, había nacido el punto Piedra Azul en el Capanaparo y le tocó formarse de becerrero, ordeñador y de arriero por esos campos lejanos, para luego encontrarse con el “pueblo” sin otra facultad que su cultura de trovador de tonadas, cantos de ordeño y de arreo, con un fajo de coplas y romances aprendidos en la sabana que los de San Fernando escucharon a través de la Voz de Apure.

Conocí a Antonio Castillo junto a Nelson Morales cuando los presenté en el Teatro Municipal de Caracas (2004) en el montaje del duelo de Florentino y El Diablo, recuerdo que le di al Tigre de la Nietera un formidable cuchillo hecho de una hoja de motosierra que lo ocultó en el fajo de su vestimenta sin que Nelson Morales El Ruiseñor de Atamaica supiera; todo con el pretexto de que Nelson se asustara cuando el diablo (Antonio Castillo) se lo desenfundara al momento oportuno del verso y ciertamente a Nelson, que en paz descanse; se le desorbitaron los ojos al ver aquella arma oscura y horrorosa levantada por su contrario, después del acto Nelson, mi amigo, reclamó y me dijo que esas cosas no se hacían y yo le dije que aquello era un duelo.

Los dos hicieron un acto que pocas veces se ve en Caracas, porque eran de esa generación de trovadores cultores del verso sabanero, aprendidos en el trabajo de soga y el grito del transporte de ganado, Nelson ahora en el cielo y Antonio continua marcando sus huellas de tigre por los caminos del verso romancero, hoy como ayer con la misma sencillez campesina como cuando salio de Cunaviche a finales de los años 60.

Luís Martínez, uno de los compositores de las Huella del Tigre, fue el promotor de la idea magnífica de reunir diez bardos de alta jerarquía de la poética llanera, donde se incluye al mismo Tigre de la Nietera, para que fueran interpretados por el mismo Antonio Castillo acompañado por la gloria de los bordones, Eudes Alvarez y su conjunto.
Para uno resulta un honor escuchar a quienes hemos seguido las huellas del Tigre por años escuchándolos en botiquines donde se escuchaba este género porque en las radios había que madrugar para escucharlos y aun hoy cuando por ley en Venezuela están obligados a radiarlas resulta cuesta arriba apreciar a los mejores como escuchamos en este disco La Huella del Tigre.
Antonio Castillo no es un vendedor de discos, es un trovador de romances y un pequeño productor agropecuario, pero tiene unos discos para vender y sobrevivir al imperio de las disqueras, quienes hoy lean estas líneas sepan que pueden comunicarse al correo venezuelared@gmail.com que algunos de sus amigos le hemos creado para que él les envié los discos que quieran y que como querendones de esta tierra tenemos el deber de promover para que las nuevas generaciones reconozcan los valores patrimoniales que nos hacen sentir orgullosos de lo que somos.

Tigre, sepa que le seguiremos las huellas, para tratar de cazar los versos que su gañote glorioso lanza al viento en tiempos de invierno y de verano, para tratar de capturar el mensaje sublime que sacan de los romances que le cantan al trabajo, a la mujer, a la patria mitológica, a la tierra madre de hombres y mujeres dignos y dignas de América.

Aldemaro Barrios Romero
aldemarobar@yahoo.es

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