Los embarrialaos pasajeaos de Jorge Guerrero
Pocas veces escribo sobre autores de la música popular sin que ellos hayan demostrado una verdadera vocación y profundidad de la canción enraizada en la manera que el pueblo venezolano canta y siente. En este caso me refiero a Jorge Guerrero y las composiciones de sus último disco titulado “El Sentimiento Guerrero” del año 2007 hecho con toda seguridad en la compañía de un cuatro lastimero cobijado en la sombra de un laurel sabanero.
Me anima escribir para dejar constancia de esa poesía llana y desgarrada de la que él es exponente, a pesar de ser acechado por el negocio del disco y las mañas mercantiles que han acompañado a muchos interpretes y autores de la música llanera venezolana a quienes han convertido en patiquines estilizados disfrazados de cawboys norteamericanos cuando no desvirtuando la esencia de la poesía llanera que evoca el paisaje, lo épico, el amor, mujer o las costumbres, faenas de arraigo que el llanero cuelga con los utensilios de trabajo cuando llega la tarde
El disco lo escuche por primera vez en un punto geográfico conocido como Tierra Blanca en Pariaguán, precisamente estaba escondiéndose el sol y los arreboles levantaban la tristeza de la tarde llanera, plana y franca de despedida al día y bienvenida la noche con una pareja de los mochuelos revoloteando la sabana para buscar cobijo a sus crías.
Las letras de ese disco están inscritas en la manera como el hombre llano se dibuja así mismo, “encorvado y pata chueca” tal y como la costumbre de montar a caballo le forma o deforma las piernas de acuerdo al arco de las costillas de la bestia que monta a diario para su sustento.
Los lamentos de sus canciones son cantadas por hombres rudos, a la manera de Pedro Telmo Ojeda, que luego de dejar el trabajo duro del día y de la semana se van a libar licor a los bares salvajes donde ya la rockola no señorea, sino los aparatos eléctricos que sirven de reproductores de los sonidos lamentosos de las canciones de Guerrero.
Escuché en Pariaguán a uno de esos hombres jóvenes imitando el canto lastimero de Jorge, como diciendo “ese es mi canto, así siento yo mi tristeza” quizás la misma de no ver coronada su felicidad, los propósitos de bienestar que han anhelado siempre los hombres de a caballo que aún hoy sobreviven con lo mínimo aunque trabajando lo máximo.
Le preguntó a Guerrero ¿Por qué el canto lastimero? Y respondió que en gran medida era producto de la nostalgia de no estar en el lar nacido, de la ausencia de la tierra querida. Esa es una de las características del llanero, mantener sus vínculos de pertenencia a lo local de su crianza, y en ese disco este cantautor describe con madurez interpretativa las emociones de la querencia al terruño.
Sin embargo además de la pertenencia a Elorza y más allá a Lechemiel, el sitio originario, a pocos metros de la frontera colombiana, de este lado del Arauca de donde es oriundo, está la reivindicación de la familia, los hijos y los recuerdos de la forma como tocaba su tío Esteban con un ritmo conocido como el “embarrialao” en la canción “Mis Laureles” al que Jorque Guerrero interviene con una nueva creación que él identifica como “embarraliao-pasajeao”.
El compás del “embarrialao” que se tocaba en invierno para tiempo de San Ramón y Santa Rosa, es una golpe de ritmo acompasado para bailarlo brazo estirado y dando vueltas como lo hace la Negra Antonia de Chaguaramas en el estado Guárico, cuando los bailadores y cantadores llegaban con las alpargatas llenas de barro que marcaban los pasos del piso de tierra en las casas donde se hacían los bailes.
Jorge Guerrero ha llegado a su madurez interpretativa, ensillando su mula para rejender lejos por los caminos de Venezuela y Colombia con su gesto sencillo y el humor a flor de piel, sin más pretensiones que la de un día volver a Elorza y a Lechemiel para ver crecer a sus nietos en el recuerdo de sus canciones que ya se fueron en bongo por los caminos de agua del norte de América del Sur.
Aldemaro Barrios Romero
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